«No mirando nosotros las cosas que se ven, sino las que no se ven; pues las cosas que se ven son temporales, pero las que no se ven son eternas. (2 Corintios 4:18)

Lo primero que quiero resaltar es lo siguiente: Vivimos en un mundo en el que todas las cosas son temporales; todo  esto sólo es temporal.  «Las cosas que se ven, tarde o temprano llegarán a su fin.

Aunque estas verdades suenen como humillantes y dolorosas, es bueno para nosotros comprenderlas y guardarlas en nuestros corazones. Las casas en que vivimos, los hogares que amamos, las riquezas que atesoramos, las profesiones que seguimos, los planes que hacemos, las relaciones que emprendemos, todo ello es temporal.  

¡El  orden  presente  de este mundo está  pasando!  El gran estado  invisible de existencia que yace detrás de la tumba,  es eterno.  Sea feliz o miserable,  si será una condición de gozo o dolor, en un aspecto  será totalmente  distinto   a este  mundo: es por siempre.  Sea como  fuere,  allí  no habrá  cambio ni  decaimiento,   ni fin,  ni adiós, ni mañanas  ni noches, ninguna  alteración   ni aniquilación.    Cuando  la última trompeta  suene   y los  muertos  sean levantados, cualquier  cosa que haya más allá del  sepulcro.   será infinito,  interminable  y eterno.  «Las  cosas  que  no se ven son eternas.»

En primer  lugar,  fijemos   en nuestras   mentes  que la futura felicidad  de aquellos  que son salvos  es eterna. Aunque  no comprendamos mucho de esto, es algo  que no tendrá fin;  nunca  cesará, nunca envejecerá,  nunca decaerá,  nunca  morirá.  A la diestra de Dios  hay delicias para siempre  (Salmo  16:  11 ).  

Una vez llegados  al paraíso, los santos  de Dios nunca  más  lo abandonarán.   La herencia es «incorruptible,   incontaminada   e inmarchitable. Ellos  recibirán   «la  inmarchitable   corona  de gloria.»  Su guerra  habrá terminado;   su  lucha  habrá culminado; su trabajo  habrá sido completado.   No padecerán  más hambre  ni  tendrán  sed.  Están  viajando  hacia  «un eterno peso  de gloria»,  hacia  un hogar  que nunca  será dividido, una reunión  sin despedida,  una familia  unida  que no será separada,  un día sin  noche.  La fe será transformada en algo visible  y la esperanza  en certeza.  Ellos verán como  habían sido vistos,  conocerán  como  habían sido conocidos  y así estarán  «siempre   con  el Señor.»

No  me  sorprende   que el apóstol  Pablo haya añadido «Alentaos unos a otros con estas palabras.» (1 Tesalonicenses 4:17,18)

En segundo lugar, fijemos en nuestras mentes que la futura miseria de los que están perdidos también es eterna. Es una horrible verdad, lo sé; la carne normalmente se estremece al reflexionar en esto. Sin embargo, yo soy de los que piensan que las Sagradas Escrituras lo muestran claramente y no me atrevería a suprimirlo de mis sermones.

Nuestro estado en el mundo  invisible   de la eternidad,  depende de lo que somos  actualmente.  La vida  que  vivimos sobre  la tierra  es corta  y pasará  rápidamente.  Sin embargo,  tan corta  que sea nuestra  vida aquí, y tan infinita   que  será en el más allá, es verdaderamente extraordinario   el hecho de que  la eternidad  dependerá  de este breve período.  Humanamente   hablando,   nuestra  suerte después   de la muerte  depende  de lo que somos mientras  vivimos.   Escrito  está que Dios «recompen­sará a cada  uno conforme   a sus obras; vida eterna a los que, perseverando en bien hacer, buscan gloria y honra e inmortalidad, pero ira y enojo a los que son contenciosos y no obedecen a la verdad, sino que obedecen a la injusticia; (Romanos 2:7-8)

El  Señor Jesucristo   es el gran amigo  a quien  todos tenemos   que acudir por ayuda,  tanto ahora como en la eternidad. El propósito por el cual el Señor Jesucristo vino al mundo nunca será lo suficientemente declarado. El vino para darnos esperanza y paz mientras vivimos entre la cosas que se ven que son temporales, y gloria y felicidad cuando entremos a las cosas que no se ven que son eternas.

Nuestro Señor Jesucristo adquirió estos extraordinarios privilegios para nosotros a costa del precio de su preciosa sangre. Se convirtió en nuestro sustituto y cargó con nuestros pecados sobre su propio cuerpo en la cruz y después resucitó para nuestra justificación. «Él padeció por nuestros pecados, el justo por el injustos para llevarnos a Dios.» Él, quién no conoció pecado, fue hecho pecado para que nosotros, pobres criaturas pecaminosas, pudiésemos recibir perdón y justificación mientras vivimos, y gloria y felicidad cuando muramos.

Fijemos todos en nuestras mentes que el único camino para pasar por las «cosas que se ven» con comodidad y esperar las cosas que «no se ven» sin temor, es teniendo a Cristo como nuestro salvador y amigo, asiéndose de Cristo por la fe, haciéndose uno con Cristo y teniendo a Cristo en nosotros, mientras estamos en este cuerpo, viviendo la vida de fe en el Hijo de Dios.

Por JC Ryle.

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