Existe tal cosa como «la paz con Dios». Se puede sentir y se puede saber. El deseo de mi corazón y mi oración es que usted pueda decir como el apóstol Pablo: «Justificados, pues, por la fe, tememos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo.»
Esta paz con Dios es una sensación tranquila e inteligente de amistad con el Señor del cielo y de la tierra. Quien la tiene, siente como si no existiera una barrera y una separación entre él mismo y su santo Creador. Siente que está bajo la mirada del Ser quien todo lo ve y sin embargo no hay miedo. Puede creer que este Ser que todo lo ve, lo contempla y aun así no está disgustado. Este hombre puede ver a la muerte esperándolo, y aún así, no se preocupa. Puede ahogase en un río frío: cerrar los ojos ante todo lo que tiene en la tierra; lanzarse a un mundo desconocido: establecerse en la silenciosa tumba, y sin embargo tener paz.
Este hombre puede esperar la resurrección y el juicio, y aún así, no se preocupa. Puede ver en su imaginación el gran trono blanco, el mundo reunido, los libros abiertos, los ángeles escuchando, el Juez en persona, y sin embargo sentir paz. Este hombre puede pensar en la eternidad, y aún así, no se preocupa. Se puede imaginar una interminable existencia en la persona de Dios y del Cordero, un domingo perpetuo, una comunión eterna, y sin embargo tener paz.
Yo no conozco alegría alguna que se pueda comparar con la que esta paz proporciona. Un mar calmado después de una tempestad; un cielo azul después de una negra tormenta; salud después de una enfermedad; luz después de oscuridad; descanso después de un trabajo pesado; todas estas cosas son hermosas y agradables.
Sin embargo, ninguna de ellas puede dar más que una tenue idea del bien estar que gozan aquellos que han sido llevados al estado de paz con Dios. Es una paz «que sobrepasa todo entendimiento».
Es justamente el deseo de esta paz lo que hace que muchos en este mundo sean infelices. Miles de personas tienen todo lo que se cree necesario para dar placer; sin embargo nunca están satisfechos. Sus corazones siempre están afligidos. Por dentro siempre hay una constante sensación de vacío. ¿Y cuál es el secreto de todo esto? No tienen la paz con Dios.
La paz del verdadero cristiano no es una dudosa o nebulosa sensación sin fundamento. Él puede presentar motivos justificantes para esto. Construye sobre una base firme. Tiene paz con Dios porque está justificado. Está justificado y sus pecados le son perdonados. Por tantos que sean o por grandes que sean, son quitados, perdonados y borrados del libro de memoria de Dios. Son echados al fondo del mar. Son depositados detrás de la espalda de Dios. Son buscados pero no encontrados. Aunque hayan sido como la grana son emblanquecidos como la nieve. Aunque hayan sido rojos como el carmesí son como blanca lana. Y de esta manera obtiene paz.
Déjeme mostrarle, en tercer lugar la roca de donde fluye la justificación y la paz con Dios. Esa roca es Cristo. Cristo tomó el lugar del verdadero cristiano. Se convirtió en su fiador y substituto. Se comprometió cargar todo lo que había que cargar y hacer todo lo que debía hacer y lo cumplió. Por eso el verdadero cristiano es un hombre justificado.
Cristo padeció por los pecados, «el justo por los injustos». Llevó nuestro castigo en su propio cuerpo en la cruz. Permitió que la ira de Dios, que nosotros merecíamos, cayera sobre su propia cabeza.
Por eso el verdadero cristiano es un hombre justificado. Cristo pagó la deuda que debía el cristiano con su propia sangre. Él ajustó cuentas y canceló la deuda hasta el último céntimo con su propia muerte. Dios es un Dios justo y no permite que las deudas se paguen dos veces. Por eso el verdadero cristiano es un hombre justificado.
Cristo obedeció perfectamente la ley de Dios. El diablo, el príncipe de este mundo, no pudo encontrar ninguna culpa en Él. Cumpliendo así la ley introdujo una justicia eterna con la cual todos los suyos están vestidos en la vista de Dios. Por esto el verdadero cristiano es un hombre justificado.
En resumen, Cristo vivió por el verdadero cristiano. Cristo murió por él. Cristo resucitó por él. Cristo subió al cielo por él para interceder por su alma. Cristo hizo todo, pago todo, sufrió todo lo necesario para su redención. De aquí proviene la justificación y la paz del verdadero cristiano. En sí mismo, no hay nada, sin embargo en Cristo tiene todo lo que podría desear su alma.
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Por JC Ryle.
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